Oct 30, 2009

Atardecer taciturno

Caminaba por un bosque y encontré una tumba, helada, que aunque era antigua tenía los restos frescos de una bella mujer adentro.

Había partido de la cabaña para esparcir por el bosque el recuerdo de mi amada. Había cruzado el puente que se alza sobre el río como un gato en las mañanas. Los altos árboles veían como mis pasos cargaban con la idea de una muerta ya enterrada y mis ojos se angustiaban al ver la tierra, la misma que aparta los cuerpos del día y de la noche, la que acaba con el tiempo para darle una eternidad a los gusanos que destrozan lo que alguna vez fue el recinto de un alma atormentada. Rocas grises y pesadas vigilaban mi lento caminar mientras se desvanecía la tarde, y más profunda era la congoja del corazón al pensar en el amor que quedaba en la memoria. Así como la infancia se hace cada vez más lejana, así el placer del aliento se estanca con fuerza en el pasado bajo los gritos sordos de la vida que de caminar ciega no descansa.

Sin darme cuenta me había rodeado de fuertes pinos no sé qué tan lejos de aquel enfermo puente donde el viento mira un furioso rugir de rocas y de agua. El frío y un atardecer atrapado en la soledad de un ambiente inmóvil pero sórdidamente inquieto, fue lo que encontré una vez mi corazón llamó a la puerta de mi sensatez. ¡Qué lejos he llegado y que cerca de la muerte viven mis esperanzas!

Pronto estuve envuelto en una neblina que danzaba apaciblemente, al tiempo que mis párpados caían hipnotizados por manos imperceptibles y distantes. Tropiezo y con esfuerzo abro mis ojos ante una lápida blanca. ¡Dios mío! ¿Qué es esto? ¡Es la tumba de mi amada!

No comments: